Dicen que aparece de blanco. Que carga con lo que queda de un viejo vestido de época. Otros dicen que no, que en realidad es una túnica mortuoria, más acorde con sus desgracias. La ven llorar. Felicitas Guerrero de Alzaga fue viuda joven, rica y hermosa. Pero una maldición hizo que jamás descansara en paz. Hoy muchos creen que es el fantasma más famoso de la Ciudad. Cuentan que empezó a aparecerse en los años 30. Y que cada 30 de enero vuelve a pasearse sin remordimientos por la iglesia que lleva su nombre y que desde siempre carga con su leyenda y su espanto. Un templo con muchas historias, en donde nadie quiere casarse.
El fantasma, como todos los fantasmas, tiene una origen trágico, reconstruido una y otra vez, durante años. Felicitas Guerrero era preciosa aunque desgraciada: a los 15 se casó con Martín de Alzaga, que le doblaba la edad, y con él tuvo dos hijos. Uno murió a los seis años y otro nació sin vida. A los 26, ella ya había enviudado. La leyenda narra que a pesar de su belleza quedó rodeada de muerte, pero también de una fortuna incalculable. Los galanes de la alta sociedad no tardaron en festejarla. Comentan que ella eligió a uno entre tantos y que, desesperado, otro de sus pretendientes la asesinó. “Te daré una y mil veces la muerte”, le prometió. Una sola bala resultó suficiente.
La historia siguió así: sus padres, dolidos por el horror, construyeron un templo para recordarla en Isabel La Católica 520, justo detrás de la casona donde murió y en donde hoy está la plaza Colombia, en el corazón de Barracas. Fue abierto a fines de enero de 1876 –a cuatro años del crimen–, bajo el nombre de Santa Felicitas, una mártir del siglo II. Se trata de la única iglesia propiedad del Gobierno porteño, la única de estilo neogótico alemán que quedó en pie en todo el mundo y la única con estatuas de figuras terrenales. Sin embargo, es una leyenda lo que la destaca por sobre todas las demás: aseguran que la maldición del pretendiente aún le impide descansar en paz, que el fantasma de Felicitas vive ahí y que incluso a veces la oyen llorar.
El mito hace enojar a Dante Galeazzi, el sacerdote que cuida la iglesia desde hace 14 años. “Lo del fantasma es mentira. Y todo lo que se hace alrededor es una estafa, sólo confunden a la gente”, dispara. No obstante, hay muchos que trabajan en torno a Felicitas a pesar de su disgusto. Una de ellas, la arquitecta Ellen Hendi, coordinadora general de las visitas al Complejo Histórico Santa Felicitas, asegura que hay quienes juran escuchar campanas que se agitan solas o haber sido testigos de tragedias y amores rotos, y que varias parejas evitan dar el sí en ese lugar, que actualmente custodian tenazmente decenas de gatos. Otros relatan que hubo novios y novias que se arrojaron desde su torre. Todas leyendas.
Hendi está juntando testimonios para saber qué pasaba realmente en ese espacio durante las décadas del 30, 40 y 50. “Pero es cierto, muchos opinan que su historia trágica espanta a cada pareja que quiere contraer matrimonio”, apunta la arquitecta. “El mito –agrega– indica que nadie desea casarse acá porque trae mala suerte”. Galeazzi prefiere darlo por terminado. Abrupto, sostiene que en Santa Felicitas “no hay ni hubo casamientos” sencillamente porque “la iglesia no tiene autorización ni libros para ese sacramento”.
Verdad irrefutable, o no, en el barrio prefieren mantener viva la leyenda. Algunos aventuran que el cuerpo de Felicitas busca descanso eterno en el cementerio de Recoleta. Otros sostienen que está enterrado en la iglesia que, además, le da lugar al mito. Lo cierto es que cada 30 de enero, los más desdichados siguen dejando pañuelos o cintas blancas atados en sus rejas, como ofrendas de amor. No les importa lo demás: si aparecen mojados, con lágrimas de Felicitas, habrá deseos cumplidos y el amor por fin llegará. Y, según dicen, será para siempre.
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