lunes, 18 de diciembre de 2017
Fantasma en Lavallol, Buenos Aires
Marcela se sentía agotada. Había decidido mimar a sus hijas con uno de sus platos preferidos, pero no había calculado lo laborioso que eran. La atmósfera de su cocina está impregnada de especias y adobes y el horno le brindaba una temperatura pesada y calurosa. La sarten donde una salsa se cocinaba de a poco llenaba de aromático vapor el recinto. La luz que pendía sobre su cabeza titilaba de a poco.
La cabeza de la mujer estaba a mil por horas. Pensamientos (mayoritariamente malos) se a galopaban en su cabeza como una emboscada que pretendía embestirla y darle un ataque de nervios. Su divorcio prematuro, los problemas del trabajo, el cuidado de las chicas, el perro que cada día rompía algo nuevo en la casa o en el jardín y ahora la nueva amiga imaginaria de Mica, quien empezó a jugar con ella luego de unos días donde su divorcio con Nicolás se había concluido. Tenía ganas de llorar, gritar y maldecir a los cuatro vientos. Pero no iba a solucionar nada con ello. Quería que estar fuerte e integra para las dos pequeñas. Lo único que le brindaba luz a su corazón. Un amor y una energía poderosa que solo aquellas que son madres pueden comprender.
Fue luego de unos instantes cuando unos ojos llorosos y nerviosos la sacaron de sus pensamientos y la llevaron nuevamente a esa cocina. La pequeña Paula la miraba de una forma extraña. Su piel infantil estaba pálida y sudorosa. De hecho, su miedo y parálisis era tal que la madre se vio obligada a sacudirla levemente para que pronunciara palabra.
Al parecer, según lo que le relataba entre cortadamente la pequeña niña rubia de ojos saltones, su hermana y ella estaban jugando con Monica (La amiga imaginaria de Micaela). Al principio el juego fue lindo e inocente. Hablaban y cantaban canciones infantiles y movían sus muñecas al son de las mismas. Pero cuando Mica quiso jugar con la Tablet la niña “pálida” (Esta palabra sobresalto a la madre de las chicas) se había enojado. Ella odia la tecnología y quería volver a jugar con las muñecas. Pero como Mica no le hacía caso y Paula no tenía ganas de jugar sola con la extraña visitante esta última se enojó con ambas. Su odio fue tal que, según la pequeña Paula, tomo el control de su hermana y la obligo a ir al baño. Tomar detrás del espejo las pastillas de mama y meterse en la boca todo su contenido.
Marcela, anonada y con un revuelto en el estómago le ordeno a la pequeña Paula que se quedara en la cocina. Sus nervios estaban al límite. Pensaba en lo que el doctor le había informado sobre la pequeña Marcela. Era normal en ciertos chicos que pasan por un estrés fuerte como una separación de sus padres una niña generara una amiga imaginaria. Pero también el doctor le dijo que no iba a ser peligrosa en ningún sentido. Lo que era extraño y nunca se había percatado era que su otra hija también podía verla.
La madre subía fuerte y rápidamente las escaleras. La habitación de las niñas se encontraba en el fondo del pasillo. La penumbra en el primer piso era absoluta. Era extraño, pensó la madre, ya que las chicas odiaban la oscuridad y ella se encargaba de que las lámparas funcionaran prácticamente en todo momento. Sus lágrimas inundaban sus ojos en cada paso. Su corazón iba a estallar. Sus nervios estaban al límite de lo racional y abrazaban la locura. Se preguntó para sus adentros sobre aquella niña imaginaria y cómo demonios habría llegado a sus vidas. Porque la pequeña Mica habría tomado esa horrible decisión. No era propio de una niña de su edad.
Llego frente a la puerta cerrada. Poso la mano sobre le picaporte, pero no podría abrirla. Era como si una fuerza invisible y terrible no la dejara avanzar. Volvió a intentar girar el picaporte nuevamente, pero la puerta no se movía un milímetro. Horrorizada escucho como el mecanismo de la puerta funcionaba a la perfección. Había algo o alguien del otro lado que no la dejaba entrar. Se sentía sumida en la desesperación. Mica estaba del otro lado de la puerta necesitándola. Trato de poner su mente en blanco para resolver el horror que vivía. Sin pensarlo se dirigió a su propio cuarto. Sin siquiera prender las luces empujo con una patada en seco la cama contra el placard. Se subió en ella y extendiendo un brazo sobre el mueble sintió el frió tacto. Hoy más que nunca agradeció para sus adentros que Nicolás, su ex esposo, le enseñara la completa manipulación de un arma de pequeño calibre.
Impulsada con la fuerza de mil infiernos volvió a al pasillo con el arma en mano y apunto a la cerradura de la puerta de tal manera que la bala no ingresara a la habitación. Poco le importaba el efecto rebote de la misma. Si ella sufría una herida sería mala suerte.
El sonido del disparo retumbo en toda la casa. El llanto de su hija en la planta baja al escuchar el disparo fue tan fuerte que inundaba por completo la vivienda. Marcela sudaba nervios, adrenalina y terror. Sin saber porque soltó el arma al piso y empujo de tal manera la puerta del cuarto de las chicas que la misma pego contra un mueble de melanina abollándolo. Ya se encontraba dentro de una habitación completamente a oscuras.
Cuando el interruptor de luz genero la iluminación en aquel lugar dio lugar a un paisaje terrible. El cuarto estaba desecho. Muñecas se encontraban por todo el piso y papeles con dibujos infantiles inundaban las paredes. Opuesto a ella, apoyada contra la pared se encontraba la pequeña Micaela. Sus ojos estaban desorbitados, espuma caía por su boca y su cuerpo entero se convulsionaba de una manera horrible.
La madre sin pensarlo fue en búsqueda de su pequeña. La agarro en sus brazos mientras que pensaba en la ruta al hospital más cercano. Tanteo como pudo sus bolsillos y para su alivio comprobó que las llaves del auto estuvieran ahí. Sin pensarlo. Solo por un instinto maternal corrió como nunca antes hacia la planta baja. Solo se retuvo en las escaleras para evitar caer con su hija en brazos. Lagrimas cargadas de miedo caían resbaladas por sus mejillas sin cesar.
Llamo a gritos a su otra hija para que saliera de la casa y las esperara en el auto. En ese momento, cuando la niña Paula abandono la casa las luces de la misma empezaron a prenderse y a apagarse continuamente. Marcela fue presa del horror. No porque las luces se comportaban de forma extraña. Sino por lo que había visto en el descanso de la escalera.
Fue por unos segundos, por una muy pequeña fracción de tiempo. Nunca podrá saber si fue testigo de algo macabro y fantasmagórico o de una mala pasada de sus nervios. Pero cuando las luces se empezaron a prender y apagar en la vivienda no pudo evitar mirar nuevamente hacia el pasillo de arriba de las escaleras. Algo la obligo a dirigir su mirada a aquel lugar. Fue en ese instante cuando su corazón se comprimió y casi se detuvo. Sintió como si su corriente sanguínea hubiera bajado una buena gran cantidad de grados drásticamente. Esta madre que en sus brazos tenía a su hija debilitada de muerte contemplo lo que más tarde catalogo como el máximo de los horrores.
Una niña de una palidez marmórea la observaba desde el alto de su escalera. Una boca putrefacta mostraba una sonrisa infernal y macabra. Unos ojos muertos se burlaban de ella desde las sombras. Su cuerpo era vestido por un guardapolvo escolar en absoluta decadencia. Las manchas de sangre inundaban sus vestimentas al igual que los girones de su ropa destruida. Un aura negra y visible recorría su silueta fantasmagórica que, inmóvil desde aquella altura, contemplaba la escena como un dios de la noche eterna.
Marcela se obligó a volver en sí. Decenio los tres escalones después del descanso y sin siquiera cerrar la puerta de entrada salió hacia la noche. Vecinos que habían escuchado el llano de la niña y el disparo anterior se juntaron en la vereda de la casa observando como una madre pálida ingresaba en su vehículo y lo sacaba hacia la calle a una velocidad increíble perdiéndose en la noche.
MESES MAS TARDE
El obelisco porteño brillaba bajo la noche. Las luces que lo iluminaban lo hacían ver como un níveo ídolo que desde sus porosos muros transmitía elegante y mítica majestuosidad. A sus pies, cientos de personas transitaban alborotadamente en varias direcciones sin deparar atención mínima en él. Uno de los emblemas arquitectónicos de nuestra Buenos Aires.
La plaza de la República. Ubicada a los pies de esta blanca estructura de poco más de ochenta años, era antaño terreno de una Iglesia dedicada a San Nicolás de Bari, donde en el año 1812 izo oficialmente por vez primera la Bandera Argentina en Buenos Aires. Este acontecimiento fue luego perpetuado en la cara norte del Monumento.
A no más de cincuenta metros me encontraba esperando a Luciana, una chica de mediana edad que se comunicó conmigo en forma privada con la intención de contarme una misteriosa historia de fantasmas que trascurría en el partido de Lavallol (Provincia de Buenos Aires).
Lo adelantado en forma digital fue poco pero lo suficientemente atrayente para que a la brevedad concordemos un encuentro. A mi criterio, si las palabras “fantasma”, “niña” y “colegio” se encuentran dentro de la misma oración es suficiente para hacerme dirigir a casi cualquier lado.
Faltando ya unos quince minutos de la hora acordada mi testigo se materializo ante mí a una velocidad increíble. Habíamos agendado en vernos luego de su horario laboral, pero al parecer salió unos minutos antes de su oficina El lugar del encuentro era una casa de comidas rápidas situada en la esquina de Corrientes y Nueve de Julio.
La señorita, que a simple vista parecía trabajar dentro del ámbito jurídico se sentó frente a mí. Un flequillo pelirrojo ocultaba una mirada nerviosa y cansada. Su respiración denotaba que había corrido o caminado muy ligero para llegar. No pasaron ni dos minutos desde el primer sorbo de café que ella empezó a relatarme una historia.
La misma era sobre una mujer y sus dos hijas. Al parecer una extraña entidad había corrompido o posesionado a una de las pequeñas para luego desatar en la casa un terror absoluto. Lo último que se supo era que Marcela (La mujer de la historia) había salido corriendo de su casa a los gritos con su hija en brazos y luego de subirse al auto desapareció en la noche. Los vecinos nunca más vieron el rostro de Marcela por el barrio y la casa fue puesta a la venta a la brevedad. Al parecer la madre de las dos criaturas se había asustado de muerte.
Confieso que mi primera reacción fue de sospechar sobre la veracidad del relato. El mismo tenía clichés sacados de las típicas películas de terror sobre posesiones demoníacas contemporáneas. Pero había algo en la mirada de mi testigo y en su tono de voz que indicaba realidad. Que no eran locas ideas sacadas de filmes como “El Horror de Amityville” y “El Conjuro”.
Luciana empezó a relatarme lo que se consideraba como el inicio de la historia. Al parecer una pequeña de niña de poco más de siete años había acabado con su vida saltando al vacío desde el tejado de su escuela. Nunca se supo si esta menor fue obligada, inducida o simplemente algo en su infantil mente no adulta le hizo tomar semejante y drástica decisión.
El mismo había ocurrido hace casi 15 años en una de las escuelas cercanas a la estación ferroviaria del mismo Partido. El nombre de la víctima nunca se dio a conocer y todo fue tapado con el máximo profesionalismo posible. Muy pocos son los que hoy en día en el Barrio que conocen la historia de la famosa niña fantasma de Lavallol.
Lo que comúnmente se habla en el lugar es sobre que aquella escuela pose una maldición. Muchos alumnos, profesores y personal no docente aseguran haber visto por lo menos una vez la forma fantasmal y difusa de una pequeña jugando en las aulas vacías, moviendo pupitres por las noches y haciendo toda clase de travesuras que a un simple mortal podría llevarle un problema cardíaco. Prometí no dar a conocer el nombre de la institución, pero basta simplemente con acercarse a las inmediaciones y preguntar un par de veces para que la historia de la escuela con la pequeña fantasma salga a la luz.
Ahora. Pocos conocen que en las proximidades de ese edificio ciertas personas disponen de la capacidad sensitiva de poder ver a esta entidad en sus propias casas y, al parecer, no se comporta como una niña pequeña sino pose habilidades completamente malsanas.
La protagonista de esta historia no es más que la propia Luciana. La chica que tenía sentada delante de mí y empezaba a mostrar señales de nerviosismo en sus ya visibles y cristalinas lágrimas.
Lo siguiente tiene lugar durante el mes de Marzo del presente año (2017). Ella vive sola en su pequeño departamento situado en las inmediaciones de la estación ferroviaria Barrio. Entre su vida laboral y académica, Luciana apenas tiene oportunidad de poder pasar tiempo por su casa. Un lugar que más allá de verlo como un hogar lo ve como un sitio transitorio que apenas usa para dormir, asearse y estudiar.
Quizá por este tipo de vida tan acelerada y movida. Nuestra protagonista no noto los extraños acontecimientos cuando empezaron sino cuando ya los mismos tomaron una dimensión considerable. Ella no notaba que la temperatura ambiental era extrañamente baja y que un rancio y pesado hedor de a poco se empezaba a sentir en su pequeño mono ambiente.
Una noche despertó a causa de un fuerte ruido. Entre una mezcla de miedo y confusión capto que el sonido había venido desde dentro de su hogar. Al prender la luz encontró diezmado por el piso los objetos que había acomodado la noche pasada dentro de su cartera. Ese fue el principio del terror. El extraño frió se pronunció noche a noche hasta transformar su refugio en un lugar gélido y casi inhabitable. Lo más extraño y aterrador era ella y solo ella podía notar ese cambio de temperatura.
Luego de visitar a un vidente llevo a cabo un pequeño ritual. Pero el mismo no había dado frutos. De hecho, esa mezcla de oraciones y velas pareció enfurecer aún más a la entidad y desataba su rabia encargándose de que ese lugar fuera cada vez más incómodo. Al parecer, buscando en Internet información sobre estos hechos tan extraños se topó con una página de mitos y leyendas urbanas donde, entre sus historias aparecía un caso similar. Sin siquiera pensarlo dos veces navego al apartado de contacto del sitio y relleno su formulario con las cosas que pasaban en su casa y lo que había escuchado en el barrio cuando comento a sus vecinos su extraña vivencia. Acto seguido, en algún lugar de Lanus, un celular se ilumino dando lugar un pitido que indicaba la llegada de un correo.
Ella termino su historia casi al borde del llanto. Ya eran aproximadamente las nueve de la noche cuando abandonamos el restaurante y nos internamos en la boca de subte camino al sur. Compartimos el recorrido hasta la estación Lanus. Durante el trayecto decidí platicar de banalidades y no enroscar más a mi entrevistada. Ya que ella se tendría que dirigir sin remedio a ese lugar donde algo ya la estaba esperando.
Ya en casa y luego de un baño reparador opte por sentarme en la computadora y buscar algún caso similar entre el de todos mis testigos y confidentes. Al parecer Luciana vivía con un tipo de entidad espectral con la suficiente fuerza de poder mediante fenómenos poltergueist no solo enfriar el ambiente sino hacer volar pequeños objetos por los aires.
El gran problema es que el peso que podría tener una cartera de mujer llena de cosas es seguro muchísimo mayor que el que pueda poseer un cuchillo o cualquier otro objeto punzante que podría salir disparado y llegar prácticamente a cualquier rincón dentro de un mono ambiente donde la cama está a solo metros del cajón de la alacena.
Sin dudarlo tome mi celular y marque el número de la chica que había visto hace unas horas. Le explique mis temores y le pedí que por favor sacara todo objeto peligroso de la casa y lo llevara al jardín que comparte con los demás departamentos. También le pedí que me mantuviera al tanto sobre cualquier cosa que sintiera durante la noche.
Al cabo de dos horas recibí la primera llamada. Según ella la temperatura había bajado drásticamente unos siete u ocho grados y el aire se sentía extraño y pesado. Le recomendé salir de ese lugar y pasar la noche en lo de algún familiar pero al encontrarse su familia en la Provincia Córdoba a muchísimos kilómetros de distancia y no tener suficiente relación con nadie, debía pasar la noche ahí. Con “eso”.
La segunda llamada fue alrededor de las dos de la mañana. Por suerte me encontraba despierto y pude atender a la brevedad. La voz del otro lado estaba nerviosa y llorosa. Esa cosa había cruzado la línea y la había tirado de la cama de un empujón mientras dormía.
Mi respuesta fue directa y clara. Quedarse despierta escuchando música con todas las luces prendidas sería la mejor forma de combatir esa presencia. Durante la mañana nos encontraríamos nuevamente en la estación de Lavallol y me guiaría a su casa. Quería conocer al monstruo disfrazado de cordero.
Aproximadamente a las once de la mañana siguiente me encontré con Luciana. La muchacha mostraba unas ojeras descomunales en su rostro y se encontraba al borde del llanto. Caminamos juntos hasta su casa mientras me confesaba los sucesos de los que había sido víctima esa misma noche. Al parecer esta cosa tenía un poder mayor al esperado y no solo había arrojado pequeños objetos al rostro de la joven durante la madrugada sino que le había hablado y maldecido diciéndole toda clase de perjurios. Esto último fue lo que la hizo decidir a abandonar aquel lugar en medio de un contrato de alquiler y volver a su Provincia natal con la idea de olvidar y alejarse de ese lugar y su extraño habitante.
Una vez en la puerta del mono ambiente la chica se paró en seco y con una mirada perdida giro la llave en la cerradura. La puerta se abrió lentamente dando lugar a un paisaje completamente abrumador. El piso del lugar estaba lleno de papeles destrozados y vidrios hecho añicos. Un olor rancio inundaba esa morada invitando al visitante a alejarse ante el hedor. Pero el frió, ese frió que pertenece únicamente al frió de los muertos y las almas perdidas, era lo más aterrador.
Durante toda mi vida y desde muy temprana edad conviví con todo tipo de fenómenos y visiones. No sé si considerarme una persona hipersensible, pero tengo ciertas facultades de poder detectar todo tipo de presencias (Entre otras cosas). Y en aquel lugar claramente se encontraba el espíritu de un muerto con muy malas intenciones.
Basto que diera el primer paso dentro de aquel lugar de pesadillas para que mi cabeza fuera presa de un aplastamiento y dolor abismal. Mi piel sintió el frió del ambiente y respondió poniendo en alerta a mi cerebro. Dirigí mí mirada a Luciana que me espiaba extrañada desde fuera del lugar y le pedí que no entrara. El recinto era claramente peligroso.
Sin tiempo que perder inspeccione el lugar en búsqueda de algún utensilio o marca evocadora. Quizá algún objeto animal o vegetal dejado por alguna persona con el fin de dañar. Pero pese al desorden. Ni objeto, ni marca, ni parte humana o animal de cualquier forma o tamaño descansaba entre esas paredes. Eso era clara señal de que una presencia se había instalado por propia voluntad y fuerza cuyo único fin de dañar o ahuyentar a mi testigo.
Envalentonada por mi invasión en su casa, Luciana entro rápidamente y sacando un bolso oscuro de gran tamaño de un placar empezó a tirar todos sus objetos personales en él. Claramente no tenía la mínima intención de estar ahí dentro ni un minuto más.
Ya me había acostumbrado al frió y punzante dolor de cabeza cuando terminamos de empacar las últimas fotos y otros objetos personales. Miramos muy velozmente que nada hubiera quedado en el lugar cuando sentimos un inexplicable olor a gas. Sin siquiera dudarlo me acerque al anafe que se encontraba sobre la mesada de granito al lado de una pequeña y reluciente bacha de acero. Misteriosamente (o no tan) la llave del gas se había abierto en su totalidad inundando de a poco el ambiente de ese somnífero olor. Una vez puse mi mano en aquella llave y la cerré note como una pequeña fuerza realizaba un movimiento contrario al mío tratando así de volver a liberar la mortífera sustancia gaseosa. Le pedí a la ya horrorizada chica de cabello fuego que saliera del lugar y cerrara el tanque de gas que alimentaba el anafe.
Una vez afuera de aquella habitación fue cuando paso lo más extraño. Estábamos ya dispuestos a retirarnos cuando hacemos una última revisión. Fue muy gracioso para mí descubrir que no solo mis llaves, sino mi celular que se encontraba dentro de un protegido bolsillo habían desaparecido ahí dentro por arte de “magia”. Esa maldita cosa quería hacerme entrar nuevamente y el celular, junto a todo su valioso y sensible contenido, valía el intento.
Una vez deje a Luciana en la calle con sus pertenencias volví a cruzar el pasillo y a entrar a aquel recinto. Deje la cerradura abierta con la llave puesta desde dentro y una pesada maceta en la línea de la puerta por medida de seguridad. El frió adentro ya era demasiado y un olor putrefacto muy parecido al de un cuerpo en estado de descomposición supuraba desde las entrañas del lugar. Fue muy gracioso ver mis llaves sobre una silla que habíamos dejado a poco más de un metro de donde reposaba ahora. A paso decidido me acerque a ellas y las tome en mis manos. Mi mirada volaba por todo el lugar buscando mi pequeño teléfono blanco pero no lo veía. Claramente no quería que lo encontrara tan fácilmente.
Metí mi mano diestra en el bolsillo de mi pantalón y retire el teléfono de la chica que me esperaba afuera de aquel lugar. Oprimí el botón para llamar al último contacto y viendo mi nombre en el display lo guarde nuevamente y me dispuse a escuchar. Luego de unos segundos. Una melodía parecía sonar desde debajo de la cama.
Ya un poco más molesto con aquel espíritu me acerque a ella y me puse de rodillas. No fue necesario introducir mi brazo debajo del somier de una plaza porque antes de hacerlo mi móvil salió disparado desde debajo de la misma hacia mi mano. Confieso que aquel acto de bondad me dejo un poco extrañado.
Me pare lentamente obligando a mis sentidos a estudiar el ambiente. Algo había cambiado. Claramente la entidad tomo la fuerza necesaria en las últimas horas y lo había demostrado a través de los múltiples fenómenos poltergueist. El aire era pesado. El ambiente era frió y opresivo. El solo exhalar un poco de aire de mi boca materializaba una pequeña nube de frió. Sabía que algo no andaba del todo bien ahí dentro y solo me resto volver mi mirada hacia mi espalda para descubrir porque.
Frente a mí se encontraba una figura translucida. Un aura negra rodeaba la silueta de una joven de no más de siete u ocho años. Un rostro marmóreo, unas cuencas vacías me miraban fijamente mientras que una boca podrida y llena de sangre vieja y putrefacta me sonreía desde la pared opuesta.
¿Cómo describir a un ser semejante? ¿Cómo describir a una criatura que parecía salida del mismísimo infierno de Dante? Su ropa gastada ya echa harapos estaban podridos y sucios. Sus pies esqueléticos descalzos y sus rodillas partidas dejando ver sus huesos salir de la carne fantasmal. Su mirada muerta y vacía no desprendía más que odio y resentimiento. Sus manos esqueléticas se mecían lentamente y sostenían lo que parecía ser un muñeco horrible.
La puerta de entrada se movió rápidamente buscando cerrarse. Pero la pesada maseta que use para trabar la abertura había cumplido su cometido. Volví en mí rápidamente despegando la mirada de aquellos ojos vacíos. Me dirigí a la puerta luchando conmigo mismo para no ver a aquella malignidad, retándole así su poder sobre mí. Pero todo fue en vano cuando aquella niña maldita o aquel demonio impuro dentro de un cuerpo infantil se materializo entre la salida y mi persona.
La puerta lucho contra la maceta nuevamente. El ruido fue más fuerte en esta oportunidad. La misma se abría y cerraba en vano una y otra vez. Cada vez con más fuerza. Sus ojos no paraban de mirarme. Una voz oscura e incomprensible inundaba mi cabeza que empezaba a doler nuevamente. Sabía que ella quería dejarme encerrado en aquel lugar y que haría todo lo que estuviera a su alcance para lograrlo.
Sin pensarlo dos veces dirigí pesadamente mi mano siniestra hacia el bolsillo interno de mi abrigo. Volví en si cuando toque los frascos. Me concentre en el de vidrio que había dejado a la derecha y en un rápido movimiento lo arroje a sus pies inundando la baldosa donde cayó con agua consagrada (Agua mineral que mezclado con una medida de sal gruesa y una oración especifica genera lo que conocemos como agua bendita).
La pestilencia que tenía enfrente desapareció y rápidamente cruce el umbral de la puerta. Solo me restaba otra cosa por hacer. Volví a meter mi mano en el bolsillo esta vez ya más rápidamente y saque el otro recipiente. Con un pulso firme desenrosque la pequeña tapa del frasco plástico y vertí su contenido dibujando una línea de protección ante la puerta.
La sal es un arma poderosa ante lo fantasmal. Desde los albores de la historia el hombre la utilizo para innumerables rituales mágicos. Los antiguos arcanistas ya conocían sus poderes curativos y místicos. Inclusive, no es extraño pensar que tirar tan valioso recurso podría traer mala suerte ante un viaje por venir.
Lentamente y sin deshacer la línea del blanco y pequeño mineral cerré la puerta con llave desde afuera dejando así presa en su propia trampa a aquella malignidad.
Una última mirada sobre mis espaldas antes de salir al encuentro con Luciana me mostró un fantasmal y ya casi transparente rostro de odio mirarme desde na de las ventanas. No pude evitar sonreírle en gesto de burla.
Dos horas y dos submarinos calientes más tarde me despedí de mi testigo en una de las plataformas de abordaje de la estación Retiro. Con mucha suerte pudo conseguir un pasaje inmediato hasta su hogar de la infancia. Un lugar lejos de las garras de aquella “Cosa”.
Luego de un abrazo la chica tomo su equipaje y subió al micro de dos pisos. Yo volví sobre mis pies en dirección a casa. El día había sido largo. Sentía mi cuerpo cansado y débil. Pero de cierta forma me sentía pleno y feliz.
Una vez llegue a mi hogar y santuario pasadas las cuatro de la tarde puse en marcha la cafetera y me senté frente a la televisión. Al no encontrar nada interesante (Nunca lo encuentro) hice contacto visual con la negra y pesada consola que tengo instalada en el estante debajo de la TV. Confieso que no acostumbro despejarme con un Joystick en la mano fuera de horarios nocturnos pero la situación lo ameritaba. Desde la cocina un pitido me indicaba que el agua estaba a punto. Presione un botón en el mando para que la consola empezara a funcionar y luego fui por mi medida doble de negro café. El día ameritaba un pequeño premio aunque estaba lejos de terminar.
Fuente: Buenos Aires Obscura
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