Okiku
Esta muñeca japonesa de 40 centrimetros de alto fue comprada por una familia a la niña de la casa. La menor se hizo muy cercana a su “nueva amiga” a quién bautizó como Okiku, pero ella tenía una enfermedad que la llevó a tener una muerte temprana. La familia desconsolada mantuvo a la muñeca en casa para tener vivo el recuerdo de la niña, pero luego de un tiempo empezaron a suceder cosas inexplicables: el cabello de Okiku cambió de color y empezó a crecer. Esto hizo creer a los padres que el espíritu de su hija estaba en la muñeca japonesa. A pesar de esto decidieron donar a Okiky a un templo en el que un monje cuidaría de ella. La muñeca ya hace parte de la cultura japonesa y es reconocida en varias regiones de Asia.
En 1932, una muñeca fue poseída por el espíritu de una niña, y hasta hoy su tenebrosa historia sigue estremeciendo.
El caso de la muñeca Okiku tuvo lugar en Japón. Allí, una niña de tres años llamada Kikuko Suzuki contrajo una enfermedad terminal, que la obligó hacer reposo absoluto durante meses.
Frente a esta triste situación, su hermano mayor, Eikichi Suzuki, de 17 años, viajó a una ciudad cercana para elegirle el mejor de los regalos para la pequeña.
Entre decenas de juguetes, el joven optó por una preciosa muñeca de porcelana, de unos 40 centímetros. Ésta tenía pelo negro por la altura de los hombres y un tradicional kimono japonés. Sus ojos también llamaban poderosamente la atención.
Parecían perlas negras dentro de una cara blanca de porcelana.
Kikuko adoró a su muñeca desde el primer instante que la vio. La niña no dejaba de abrazarla y la bautizó Okiku.
Lo cierto es que a los cinco meses, la niña falleció dejando sin consuelo a su familia.
Como es tradición en japón, la cremaron junto a sus objetos más preciados. Sin embargo, se olvidaron de Okiku y no quisieron quemarla después.
Por esa razón, decidieron colocarla junto a las cenizas de la pequeña en el altar familiar que habían armado en su hogar.
En medio de la profunda tristeza, la familia se percató de un hecho aterrador. A la muñeca que habían dejando junto a los restos de su hija, le crecía el pelo.
Sí, el cabello negro azabache del juguete pasaba la línea de sus hombros y, en pocas semanas, llegó hasta las rodillas.
La familia comenzó a pensar de esta manera que el espíritu de la Kikuko habitaba en la muñeca.
Desconcertados por lo que les sucedía, atinaron a cortarle el pelo, pero éste le volvió a crecer.
Durante la Segunda Guerra Mundial, la familia emigró y dejó a unos monjes del templo Mannenji a cargo de la muñeca.
Incrédulos, estos aceptaron y, al cabo de poco tiempo, tomaron como tarea habitual cortarle el pelo.
Hasta hoy, la muñeca sigue en el templo y es visitada por miles de curiosos que gustan de comprobar con sus propios ojos a la tenebrosa muñeca.
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