"Se oye ruido de pelota / y no sé, y no sé lo que será", cantaban allá por los años '50 los muchachos de la tribuna.
Y los fantasmas recoletos juran que allí también, y casi todas las noches. Según parece, el autor de tales ruidos es el espectro de Jeremías López, un Maradona o un Messi de los años 20, habilísimo con la redonda pero de muy mala suerte.
Cocinero de una familia patricia porteña, al manipular un caldero se quemó con aceite hirviendo casi todo el cuerpo. Y peor, las piernas.
Una semana después, murió. Tenía entonces 17 años y la esperanza de jugar el primer Mundial de Fútbol de la historia, en el Uruguay. El jefe de la familia patricia lo hizo enterrar en su bóveda.
Cuenta la leyenda que de noche se oye, sí, ruido de pelota, y de corridas, y de rebotes en las paredes de las criptas. Y que si alguien deja una pelota en la puerta de la bóveda… desaparece.
Los otros fantasmas se miran y no lo creen. Acaso porque nada saben de fútbol.
En 1880, una reforma (y sus torpezas) hicieron desaparecer tumbas y documentos. Desde entonces son muertos sin sepultura conocida. Sólo los fantasmas los reconocen en sus reuniones nocturnas. Hablan, sí. Y mucho. Pero que nadie intente oírlos, y mucho menos grabar sus voces o filmarlos.
Todo será silencio. ¿Porque no existen? Al contrario. Por orgullo de casta. Por prosapia. Por orgullo. Por altivez. Porque no es fantasma el que quiere, sino el que puede.